PARÍS,
1972:
Este homenaje a León Felipe inaugura las actividades culturales de nuestro Ateneo en el curso 1972-1973. Por la personalidad internacional del poeta y la repercusión que puede tener, este homenaje debe atraer a los españoles y amigos franceses de la España que representaba León Felipe. Tenemos pues mucho interés en que sea un éxito de público y que sea una aportación más a la imagen que el mundo se formó de la España liberal, abierta y tolerante a todas las ideas y doctrinas. Para conseguirlo, les pedimos que nos ayuden en nuestra tarea; les pedimos que difundan de la mejor manera posible el programa de este homenaje y que se asocien personalmente al mismo. La Junta Directiva cree que, defendiendo los mismos ideales y teniendo las mismas preocupaciones, debemos aunar nuestros esfuerzos para que este homenaje tenga las dimensiones e importancia que se merece el poeta y la causa que defendió en su existencia de desterrado.
MADRID, 1977:
Aunque en realidad fue un homenaje frustrado, pues relata que hubo que suspenderlo por orden gubernativa. Fue el homenaje poético-musical promovido por el “Club de Amigos de la UNESCO de Madrid” (CAUM), que debía haberse celebrado en el Teatro Monumental de Madrid el día 14 de marzo de 1977, para conmemorar el décimo aniversario de su fallecimiento que era el año siguiente.
En el acto estaba previsto unas palabras
de Rafael Taibo (presidente de Club), luego iba a proyectarse un documental
sobre la obra del poeta, y Francisco Giner de los Ríos (sobrino-nieto del
fundador de la Institución Libre de Enseñanza) iba a realizar una semblanza de
León Felipe, al que había conocido en su exilio mexicano. En esa primera parte
también leerían poemas del homenajeado el actor Adolfo Marsillach y María
Casares.
Tras un descanso, estaba previsto un recital de canciones sobre poemas de León Felipe a cargo de los cantantes y grupos siguientes: Aguaviva (Mia es la voz, Los cuentos, La canción del peregrino); Adolfo Celdrán (Contadme un sueño, Que pena); Luis Pastor (Cancioneta, Canción marinera), Soledad Bravo (Como aquella nube blanca, La noria) y Francisco Curto (que ignoro qué poemas ha musicado de León Felipe).
Al año siguiente si se celebraron varios
actos. Uno fue el realizado en su pueblo natal, Tábara (Zamora), el día 9 de
abril de 1978, organizado dentro de la semana cultural dedicada a León Felipe
por la “Asociación Cultura y Pueblo”. Intervinieron Claudio Rodríguez y Jesús
Hilario Tundidor.
A continuación cantaron los grupos Arcaduz (grupo musical de Villanueva de Duero, Valladolid, integrado por Sixto, Chema, Gloria, José Manuel, Arturo, Mauricio, Manolo y Juan) y Los Guti y los músicos Ismael y Celestino Miguel.
En el mes de abril de 1978, creo recordar que promovida por Alejandro Finisterre, albacea de León Felipe y organizada por un grupo de poetas zamoranos, entre ellos Waldo Santos, se celebró en Zamora una velada literaria de recuerdo del poeta exiliado, en la que participaron escritores y poetas de Zamora. No sé de quién partió la idea, pero alguien me pidió que contribuyera con canciones sobre textos de León Felipe, ya que sus textos poéticos habían interesado a varios cantautores que habían puesto música a unos cuantos poemas. Como la propuesta merecía la pena, me animé a revisar y recomponer los borradores, olvidados en un cuaderno viejo, de tres melodías para otros tantos textos del poeta que me habían interesado en mis lecturas en busca de poesías “musicables” para el género canción-testimonio. Trabajé y rehíce las melodías y armonías para aquellos poemas, titulados: Romero sólo, Vencidos y Volveré. Y llegado mi turno de intervención en la velada, después de la parte literaria, los canté, acompañándome con mi guitarra, ante un público que llenaba el auditorio del Colegio Universitario. Me di cuenta de que mis músicas habían llegado a los oyentes, que aplaudieron al final con sinceridad. Al final de la velada, que cerró el Sr. Finisterre, contó cómo una de las librerías que exponían y vendían las obras del poeta sufrió una agresión material: un grupo de extremistas inundó la librería en los anaqueles donde aparecían los libros de poesías y echó a perder todo el fondo. De aquellos libros, que mostraban las señales de la agresión, nos obsequió con un ejemplar a cada uno de los asistentes a la velada. Pero mi sorpresa fue que Finisterre me pidió que repitiera la última de las tres canciones, “Volveré”, que sonó como una lamentación jeremíaca en un recitado libre, de sonoridad de canto gregoriano, e invitó a los asistentes a que escucharan, puestos en pie, aquella proclama, en recuerdo del Poeta. Fue un final emocionante.
Tomado de:
Trascribo aquí un artículo del compositor Miguel Manzano aparecido en El Correo de Zamora el 7 de octubre de 1978, titulado León Felipe y sus intérpretes, que publicó a raíz de la aparición del disco de Movieplay del mismo título:
Si ya es incierto y discutible que la poesía, que toda poesía llegue más hondamente en una declamación que en una lectura íntima y solitaria, mucho más discutible es que la poesía gane algo de fuerza comunicativa al ser cantada. “¿Y por qué no decir que la poesía es para pensada, hablada, cantada, declamada, recitada, y para todo…?” Así de exhaustivo me interrogaba Waldo –poeta zamorano– el otro día, cuando yo le exponía mis dudas. Partiendo de un acuerdo de principio, o de un principio de acuerdo, vale la pregunta de Waldo (que es respuesta). Pero si una mala o mediocre recitación impide que la poesía llegue, que cale, que sea captada en sus mínimos matices, ello vale con más razón si la poesía se canta de forma inadecuada.
¿Cuál es la razón? Muy sencilla: la música
es por sí sola una especie de lenguaje, con sus formas, sus frases, sus
acentos, sus cumbres melódicas, expresivas y dinámicas. Y para que el lenguaje
hablado –poesía en este caso– gane en expresividad y fuerza al ser cantado, la
música tiene que ponerse totalmente al servicio de la palabra. Sólo cuando la
melodía renuncia totalmente a su autonomía, a su fuerza expresiva (la tiene tan
grande que puede anular el texto más bello), sólo entonces es cuando surge de
la unión de ambas una obra perfecta, con redoblada fuerza de expresividad, con
doble emotividad, capaz de calar mucho más en el ánimo del quien la escucha.
A decir verdad, la calidad de la antología
no pasa de mediocre. Lo mejor del disco es, sin duda, la voz del propio León
Felipe recitando el poema Vencidos. Emociona, sobrecoge oír su voz de anciano,
hoy extinguida. Los poemas musicales ya son ‘otro cantar’. SERRAT canta
Vencidos sobre una música “demasiado suya”. Es verdad que el estilo es la
persona, ¿Pero se puede cantar en el mismo estilo, con el mismo ‘deje musical’
a Machado, a Miguel Hernández y a León Felipe? Es discutible al menos. En
cuanto a la orquesta que le acompaña, sobra aquí. Una orquestación ampulosa no
va con la sobriedad del poema.
ADOLFO CELDRÁN canta dos poemas: Qué pena
y Cantadme un sueño, sobre unas paupérrimas melodías y con una armonía hecha de
tópicos. Su voz suena a injerto de Patxi Andión en Paco Ibáñez. No convence.
Pobreza musical para un lenguaje hondo. Por respeto a León Felipe, no hay por
qué aguantar a Celdrán. Es mejor una lectura reposada y silenciosa.
AGUAVIVA canta, con su personal estilo,
otros dos poemas: Mía es la voz y Cuentos. Llega bien la voz recitada sobre
fondo musical. Calan las frases insistentes: “mía es la voz antigua de la
tierra”, “y sé todos los cuentos”, Aquí prevalece el texto, y los sonidos y las
voces en segundo plano dan ambiente. Los poemas se salvan, al no estar
musicalizados en sentido estricto. Detalle curioso, ya para la historia:
Aguaviva, por necesidades de censura (hace unos seis años), canta: “Hermano,
tuya es la hacienda, la casa, la pistola…, mía es la voz antigua de la tierra”,
en lugar de “Franco, tuya es la hacienda…” etc., con lo que el sentido del
poema queda completamente oculto al oyente que no lo conozca por previa
lectura. Cosas del pasado (¿pasado?), afortunadamente. La Canción del
peregrino, también por Aguaviva, es exclusivamente un recitado, primero
solitario y luego coral, sobre un fondo de sonidos. En el disco La casa de San
Jamás, donde está este poema en su contexto con otros, tiene más sentido que en
este disco. A Aguaviva le cabe al menos el mérito de haber puesto a disposición
auditiva del público una especie de “comprimidos León Felipe” cuando todavía
este poeta era casi desconocido y estaba prohibido en España.
Y queda LUIS PASTOR, que canta la Canción
marinera con un aire suelto, a ritmo de habanera y con un arreglo sobrio (dos
guitarras, contrabajo una flauta lejana de cuando en vez) que va más acorde con
el estilo de nuestro poeta. A mi juicio es esto lo mejor del disco, aunque Luis
Pastor no está aquí tan inspirado como en otras canciones y peca un poco de
reiterativo y monótono.
El último recitado, en la voz de RABAL,
convence menos, por ser más profesional (profesional en el mal sentido, claro).
Y esto es todo en el disco LEÓN FELIPE Y
SUS INTÉRPRETES: un disco para escucharlo una vez y relegarlo a un justo
olvido, o regalarlo a alguien.
Y termino redactando mi autocrítica. En el
acto del sábado (me refiero a la velada poética organizada el día 7 de octubre
de 1978 por A. Finisterre, albacea de León Felipe, en homenaje al poeta, y
también en desagravio, pues sus libros habían sido destruidos por inundación en
el fondo de una librería que los vendía), canté tres de sus poemas con música
que compuse para aquella ocasión. El primero, Romero sólo, como allí dije, es
el que menos me convence. Compuesto sobre una fórmula musical de estilo popular
(estrofa + estribillo), que obliga a forzar las palabras para que encajen en
ella, no me satisface plenamente, a pesar de que la melodía tiene cierta
emotividad acorde con las palabras “ser en la vida romero”. Canté después
Vencidos. En este poema la música sirve más de cerca al texto y lo canté con
mayor soltura y convencimiento. Los poetas que habían participado en el acto y
a mi lado estaban me dijeron, creo que, con sinceridad, que el texto había
ganado en fuerza. Y en el tercero, Volveré, puse todo al servicio del texto.
Sólo la voz y
una fórmula recitativa al estilo de las
lamentaciones proféticas del canto gregoriano fueron mi aportación musical, y
el texto apareció diáfano, con toda su fuerza. Y así parece que lo apreciaron
los que lo escucharon.
MIGUEL MANZANO
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